Artículos de Prensa

Artículos de Prensa de José Mª Izquierdo Rojo

domingo 4 de noviembre de 2007

Enfrentar, confrontar y afrontar


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Hace ya más de una década que el señor Lázaro Carreter se ocupó de estos tres verbos en un interesante y extenso artículo. De forma mucho más limitada y simple querría yo hoy hacer alguna otra consideración sobre estas palabras semejantes, que comparten muchas letras y también bastante significado, especialmente la primera y la última. La segunda, en cambio, tiene un matiz distinto, que se está diluyendo y hasta perdiendo quizá porque los vocablos «confrontar» y «confrontación» se han puesto de moda entre los políticos, que los usan -según creo- en demasía y no siempre de acuerdo con su recto significado.

Confrontar (al contrario de enfrentar) siempre ha tenido la acepción de cotejar, de comparar una cosa con otra. Ciertamente, para examinar dos objetos, dos escritos o dos rostros, en ocasiones (no siempre) hay que colocarlos uno frente a otro, para mejor percibir los distintos matices o peculiaridades de cada uno, pero no se ponen frente a frente para que luchen o se peleen entre ellos, sino para cotejarlos, para ver sus similitudes y sus diferencias si las hubiera. Podría así decirse, creo que con toda propiedad: «Hacienda nos ha enviado una declaración paralela. Vamos a confrontarla con la nuestra para ver en qué se diferencia».

También tiene el significado de carear, es decir, el de cotejar las versiones distintas que dos personas ofrecen sobre el mismo hecho, para poder así comparar tales versiones y ver en qué coinciden y en qué difieren.

No son, por tanto, completamente sinónimos enfrentar y confrontar. Mientras el primer verbo transmite oposición frontal, discusión y enfrentamiento, el segundo sugiere comparación, cotejo, examen. Incluso este último tiene dos acepciones antiguas, la de convenir o parecerse dos situaciones y la de congeniar dos personas, que serían ambas inversas a la que les suelen dar los políticos.

Sin embargo, como quizás hayan observado los lectores, recientemente y con frecuencia se usa confrontar y confrontación no tanto en el sentido de comparación o cotejo como en el sentido de enfrentamiento, de lucha, de abierta oposición. Creo que al hacer a las palabras sinónimas, como suelen hacer muchos políticos, perdemos los matices que tenía cada una y empobrecemos el lenguaje. De ahí esta mínima llamada de atención.

Publicado en "La Nueva España" el 4 de Noviembre de 2007.

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sábado 14 de julio de 2007

La continua alza del precio


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Leía el pasado viernes seis de Julio los titulares de portada del periódico santanderino “El Diario Montañés”, que decían en referencia al precio de las hipotecas: “El continuo alza del precio…” . Cuando lo leí, algo chirrió en el área del lenguaje de mi cerebro, donde se desencadenaron una serie de reflexiones gramaticales que, sin la menor intención crítica ni tampoco polémica, paso a exponerles brevemente.

Partamos de un hecho cierto: “alza” es un sustantivo femenino. A los sustantivos femeninos, generalmente, les precede el artículo femenino “la”, excepto cuando comienzan por “a” o “ha” acentuadas, como es el caso. Así, aunque sean palabras femeninas, decimos el águila, el alma, el arma, el agua, etc. Lo hacemos así para evitar cacofonía y dificultad en la pronunciación, además de por otras razones históricas acerca del devenir de las palabras, en las que no vamos a entrar.

Pero, porque cambien de artículo no dejan de ser femeninas, como se ve al hacer la concordancia con el adjetivo; así se dice “agua salada” o “alma santa”, y no “agua salado” o “alma santo”.

Lo que ocurre en castellano es que al interponer un adjetivo entre el artículo y el sustantivo femenino que empieza por “a” o “ha” acentuadas, ya no hay cacofonía ni dificultad de pronunciación, eliminadas por la interposición del adjetivo (u otra partícula), y por tanto el sustantivo femenino recupera su artículo natural, que es “la”. Así decimos, por ejemplo “la santísima alma de María” y no “el santísimo alma de María” o bien “la majestuosa águila real” y nunca “el majestuoso águila real” o bien “la misma agua que riega…” en vez de “el mismo agua que riega…” etc.

Consiguientemente creo que los titulares de portada de ese periódico eran incorrectos. Al interponer el adjetivo “continuo”, la palabra “alza” recupera el artículo femenino “la”, con lo que el titular correcto sería: “la continua alza de precio…”

Como decía al comienzo, no es mi deseo entrar en crítica ni polémica, sino divulgar algunas cuestiones gramaticales curiosas y poco conocidas. Tan poco, que hasta los ordenadores se equivocan con ellas.

Publicado en "El Diario Montañés" como Carta al Director el el 14 de Julio de 2007.

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lunes 2 de julio de 2007

El Ministro no recibe


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Parece que sólo «recepciona», según se desprende de las declaraciones del señor ministro de Defensa realizadas a raíz del desastre del Líbano. Según nos ha dicho, hay unos aparatos especiales que detectan determinadas frecuencias de ondas, de esas que pueden inducir explosiones, aparatos que -de haberlos tenido- quizás hubieran podido evitar la debacle. Pero, desgraciadamente, esos aparatos aún no habían sido «recepcionados». Algo chirrió en mi cabeza cuando oí el palabro. ¿Recepcionados? Supuse que sería un lapsus, pero en seguida lo repitió bien clarito» «No habían sido recepcionados». ¿Tendrá algo el señor ministro contra el participio simple «recibidos»? ¿Será que los ministros no pueden hablar como los demás? Cuando cualquier hablante diría que los tales aparatos no han llegado aún, o que no han sido recibidos a tiempo, el señor Alonso se inventa un participio de un verbo que no existe en castellano.

Probablemente sea sólo mera cursilería o vulgar afán de notoriedad lo que impide a algunos políticos hablar llanamente o al menos sin retorcer caprichosamente el lenguaje.

Este deseo de protagonismo y de diferenciarse de los demás mortales es el que creo que les lleva a cometer estos errores. En tiempos pasados, la política era el arte de bien dirigir a los pueblos, para lo que se empleaba frecuentemente la palabra. Ahora es el arte de alcanzar y conservar el poder, y de paso enriquecerse si se tercia. La palabra, que convence e ilustra, ha cedido terreno frente al voto, que es lo que permite alcanzar el poder. Por eso ahora los políticos no se preocupan apenas de las palabras y buscan, en cambio, los votos «como sea».

Pero, eso sí, les gusta diferenciarse del pueblo al que dicen servir. Siguen en eso a figurones y figurines. Si la gente dice recibir, ellos, todos los cursis, dirán «recepcionar». Si todo el mundo ve un paisaje o un cuadro, ellos lo «visualizan» o lo «visionan». Cuando todos abrimos una cuenta, ellos la «aperturan». Recibir, ver o abrir les parecen palabras corrientes, simples, indignas de sus importantes cargos o de su televisiva «fama», que no prestigio.

Aunque lo que verdaderamente suele ser indigno de sus cargos es su ignorancia. No lo digo por el señor Alonso, que parece un hombre serio, sensato y responsable, sino por otros muchos «famosos» y políticos, que pocas veces dan la talla. Resulta bastante penoso oír a altos cargos de la nación chapurrear el francés o el inglés. Menos mal que en eso nos redime la Corona. Es una satisfacción escuchar al Rey, al Príncipe y especialmente a la Reina, cuando hablan en otros idiomas.

Volviendo a la cursilería ésa de «recepcionar» hay que decir, en descargo del señor Ministro, que los dos países vecinos sí tienen esa palabra en su vocabulario. En portugués se usa «recepcionar», que está en los diccionarios con el significado de recibir, y en francés existe «réceptionner», con el significado de recibir algo comprobando que lo recibido está en orden, buen estado, documentado, etcétera, es decir, recibir dando la conformidad con lo recibido. A pesar de que no suena bien en castellano, quizá no sería mala adquisición para nuestra lengua, pues el vocablo francés añade un matiz interesante. Pero, de momento, es palabra sin DNI español, cuyo uso, paradójicamente, parece quedar reservado para ministros.

Publicado en "La Nueva España" el 2 de Julio de 2007.

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jueves 19 de abril de 2007

«Pionero», «casting» y «catering»


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Éstas son tres palabras de origen extranjero que pudiéramos llamar «nuevas ricas», pues han hecho gran fortuna en poco tiempo y no estoy seguro de que la hayan serenado, sino más bien me parece que la enseñan y exhiben en demasiadas ocasiones. La primera, «pionero», de probable origen francés, ya es también española, pues hace varios años que figura en el Diccionario de la Real Academia con el significado de «persona que inicia la exploración de nuevas tierras» o que da los primeros pasos en alguna actividad, señalando que también puede aplicarse a vegetales y a animales que colonizan una zona. Es muy probable que venga de la palabra francesa «pionier» que, a su vez, procede de «pion», que es nuestro peón, es decir, el que va a pié, que suele ser el que explora terrenos nuevos y toma posesión de ellos, o sea, el explorador, el adelantado. Tanto en francés como en inglés y en alemán, tiene además el significado de zapador o gastador, pero esta última acepción no ha pasado a nuestra lengua, ni tampoco a la italiana. En realidad, teníamos ya varios vocablos que hacían el mismo servicio, como precursor, adelantado, colonizador o explorador, pero ahora todo el mundo usa lo de «pionero». Se conoce que hace más moderno.

Lo de «casting» se lee y se escucha en demasía, y parece anglicismo flagrante. Viene de «cast», que tiene en inglés muchos significados, y entre ellos el de distribuir o asignar los diversos papeles de una obra de teatro (o televisiva o cinematográfica) a los diferentes actores o, lo que es lo mismo, señalar y ajustar el reparto. Por extensión, se aplica también al proceso de búsqueda de las personas más adecuadas para representar los distintos papeles de dicha obra, lo que viene a ser muy parecido. Es en estos dos sentidos como habitualmente la he oído nombrar en España.

Es palabra extranjera, pero se usa tanto entre nosotros -especialmente en el mundo del espectáculo- que no me extrañaría que pronto fuera adoptada. Es fácil de pronunciar y refleja una actividad en auge, habida cuenta del gran número de funciones de teatro, cine y televisión que se producen y representan en todo el mundo. Por otra parte, para designar en castellano ese proceso probablemente habría que recurrir a la perífrasis (hacer el reparto, asignar los papeles, distribuir los personajes, elegir los actores, etcétera), con lo que es muy posible que «casting» tenga futuro en nuestra lengua.

Por último, «catering», con acento en la «a», o sea, esdrújula, significa suministro o servicio de comidas, pero quizá no tanto en el sentido personalizado de la fonda o el restaurante, sino preferentemente en el más impersonal de servir alimentos a numerosos comensales, como puede ocurrir en un gran avión de pasajeros, una boda, una empresa con muchos empleados o cualquier otro evento en el que haya que dar de comer a mucha gente. Podría equivaler a abastecimiento, suministro o servicio de comidas. En inglés tiene también, en ocasiones, un sentido más general de hostelería, que no lo he percibido en España, donde sólo lo he oído referido a comidas o alimentos. Estas dos últimas palabras, aunque no son españolas, se oyen y leen con notable frecuencia, por lo que no me extrañaría que pronto se españolizasen. Ambas perderían la «g» final y la última ganaría un acento en la «a». Probablemente disminuiría el uso de otras palabras castizas relacionadas con el asunto, como abastos, suministros, intendencia, pitanza, condumio, etcétera.

Publicado en "La Nueva España" el 19 de Abril de 2007.

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miércoles 4 de abril de 2007

Gústesme bable y non sé, remediar esa querencia


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Estaba el pasado fin de semana muy lejos de España cuando leí en un periódico de la Villa y Corte que unos intelectuales de Oviedo (citaban a Bueno y a Alarcos) arremetían contra la “llingua”. a la que calificaban de “engendro”, entre otros adjetivos agresivos y más o menos insultantes. Lo de “intelectuales de Oviedo” debe entenderse como afincados, avecindados o domiciliados en Oviedo, porque ni de Oviedo ni de Asturias son los profesores citados por el mentado diario.
Consiguientemente, su infancia transcurrió en otras tierras. Curiosamente, según creo, en tierras caracterizadas por un fuerte arraigo del castellano, del que dicen nació en La Rioja, de donde pasó a Castilla, y desde ahí, con modos imperialistas, se impuso a medio mundo. El humilde bable (“Gústesme porque yes probe: tan probina como vieya; fabla dulce de mio Asturies; encanto de la mio tierra”) no pudo competir con la lengua del imperio y quedó en “lengüina probe”, más útil para sentimientos que para filosofías.
-¿Entós qué ye, que van quitanos les palabres?
-Hailos que te quiten hasta la gaita, si non l'amarres.
Hace unos días me preguntaron mi opinión sobre el bable.
“Para expresar algunos sentimientos, viene a pelo”, contesté.
-¿Sentimientos? -dijo mi interlocutor.
—Claro. Nunca se me ocurriría dar una conferencia sobre la genética molecular de los glioblastomas en bable. Probablemente tendría que bablizar del inglés las mismas palabras que habría de castellanizar si la diera en español. El bable no está para divulgar ciencias complejas. -Entonces ¿para qué está?-Mira, no es que esté, es que es. Cuandu yera un nenu y la mío güelina dicíame: “Vete chucate, qu'enantes de dormite voy dir date un besín”. O cuando el güelín entrugaba: “¿Prestote el regalín que te fice?”, yo no conocía otra expresión de sentimientos mejor que el bable. Mi infancia está preñada de bable. Sin él, sería otra infancia. Yo fui niño en Asturias. Con perdón.

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La medida “inidónea”


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Al pobre Gómez de Liaño no sólo lo inhabilitan sino que le dicen que ha tomado medidas "inidóneas". No sé qué será más fuerte, si el castigo o el palabro. Pero bueno, ¿Se puede aguantar que un par de jueces "inbenévolos" además de desgraciarle la carrera y la vida a un colega, nos quieran desgraciar la lengua, que es de lo poco que consigue que nos podamos entender "inmucho"?
Yo leí lo de "inidónea" y me quedé petrificado. Intenté decirlo en alto y me costó pronunciarlo. ¿Inidónea? Corrí al diccionario más próximo. Nada. Después a otro y a otro. Nada de nada. Quizá los diccionarios también sean "inidóneos", o cuando menos "inóptimos". ¿No tendrían la obligación de conocer el castellano los que lo emplean para tan duros castigos?
Yo, de la llamada justicia me espero cualquier cosa, pero nunca pensé que tuviera tal "inrespeto" al lenguaje común, patrimonio indivisible de todos los españoles, etc. A lo mejor es hasta inconstitucional agredirle de esa manera.
Ahora, y particularmente en Madrid, donde la justicia o parte de ella anda a la greña, podría definirse esta virtud cardinal con la famosa frase de Clausewitz:
Justicia: es la continuación de la política por otros medios. Esa podría ser una definición "inmala".
La contaminación de la justicia por la política está alcanzando al léxico, lo que no es sino una prueba de esta contaminación. El lenguaje de algunos jueces cada vez se parece más al de algunos políticos "inidóneos". Además, la palabreja es de costosa pronunciación. Si algún juez tiene la tentación de inventar neologismos debería hacerlos bellos, eufónicos y de pronunciación "indificil".
Supongo que entre los hombres de leyes se discutirá la sentencia. Entre los amantes del idioma que conozco he observado unánime "inagrado" por el pintoresco neologismo. A mí me parece que en esa extraña sentencia sobra lo de "inidónea", y somos varios los que pensamos que esa palabra debe ser retirada por huebos. Y supongo que los jueces de tan alta magistratura conocerán el significado de este último vocablo, que -así como suena, con B de burro- sí que está en el diccionario.

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La fabla de los políticos


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Tengo que reconocer que nunca he visto clara la diferencia entre lengua y dialecto. Y no ha sido por no haberla buscado con, interés y aún con ahínco, a pesar de que ahora dude de la existencia de esa diferencia, que más me parece frontera movediza que límite taxativo.
En mi ya lejana mocedad busqué los fundamentos o criterios de esa jerarquía lingüística que trata de delimitar lenguas de dialectos, preguntando a gentes variadas y variopintas, tales como académicos, profesores, maquinistas, albañiles, licenciados, futbolistas, toreros, y a muchas otras personas de diversos oficios y menesteres.
Ninguno parecía tener las ideas claras. Algunos apuntaban hacia la literatura, indicando que las lenguas se hablan y escriben, mientras que los dialectos sólo se hablan, diferencia nebulosa, puesto que, en tal caso, la humanidad, durante milenios, se entendió en dialectos, sin que hubiera existido lengua alguna hasta la aparición
del alfabeto: -ese criterio, componentes de algunas tribus actuales de Africa o de Polinesia, que se entienden perfectamente entre ellos dentro de su recinto tribal, carecerían de lengua, pues no disponen de signos gráficos que les permitan plasmar en el papel los fonemas que simbolizan personas, animales, cosas o ideas.
Algunos me decían que los dialectos derivan de otro idioma más antiguo e importante, lo que tampoco parece ser sólido criterio, pues en ese caso el español sería un dialecto del latín, el que a su vez sería dialecto del indoeuropeo, y así sucesivamente, sin que ninguno alcanzara la categoría (¿existen aquí categorías?) de lengua.
Tampoco creo que tengan valor los criterios que definen al dialecto como lengua limitada a una región, provincia o comarca, pues no otra cosa fueron el latín, el francés o el castellano no hace muchos años.
Lo de la “coiné” me parece igualmente un concepto elástico, pues ¿quién dice si hubo o no hubo “coiné”?
Entiendo pues que las diferencias entre lenguas, idiomas, dialectos, fablas, etcétera, son artificiosas, nebulosas y gradativas, y es poco probable que se lleguen a delimitar los respectivos campos con criterios sanos, sólidos y de fundamento.
De todas estas reflexiones tiene la culpa un artículo escrito recientemente por uno de nuestros políticos gobernantes, asturiano por más señas. Mi otrora ágil sistema nervioso tuvo tanta dificultad en digerirlo como hubiera tenido mi aparato digestivo al enfrentarse a una grasienta fabada... tras la cena de Nochebuena.
“Esto no se le hace a un lector amigo”, pensaba para mí mientras trataba de descifrar lo indescifrable.
-¿En qué hablan muchos de nuestros políticos?, me preguntaba con desazón.
-¿Será lengua, idioma o dialecto? Me interrogaba a mí mismo durante la trabajosa digestión mental del indigesto trabajo mencionado.
No sabía en qué categoría del lenguaje encuadrar el tal artículo. Era evidente que esa manera de expresarse se emplea ampliamente, lo que le acercaría a las lenguas vivas, y que un famoso escritor como Amando de Miguel le dio nombre sustantivo: "El politiqués". Por otra parte, no es menos cierto que a todas luces deriva del castellano, por lo que podría ser etiquetado de dialecto.
Estando en estos pensamientos me acordé de esa forma de expresarse llamada jerga, argot, germanía o jerigonza, propia de ciertos grupos, gremios u oficios.
"Esto debe ser”, pensé para mi, Sin embargo, no me quedé del todo tranquilo, pues entendía que en las jergas, tanto en las llanas y populares, como el ballarete de los afiladores de Orense, el bron de los caldereros, el caló de los gitanos, el cheli de los necesitados de valoración, como en las más cultas y resabiadas, tales la médica o la forense, para cada individuo tiene cada palabra idéntico significado, y por lo general sólo la emplean los componentes del respectivo grupo.
No ocurre así con el “politiqués”, idioma versátil y polisémico donde los haya, pues en él, cada palabra parece tener infinitos significados, especialmente en las frívolas bocas de nuestros locuaces políticos y en las de sus vulgares imitadores. Veamos por ejemplo el término “usuario”. Les vale para todo. Algunos, los menos, lo emplean en su sentido original, prístino: el que usa o gasta una cosa. Para otros es sinónimo de ciudadano; de consumidor para otros; de contribuyente para no pocos, y hasta de paciente para algunos (los “usuarios” del hospital, han llegado a llamar a los que siempre fueron enfermos o pacientes), dignísimas autoridades sanitarias que subconscientemente expresan así la importancia que conceden a la relación médico-enfermo).
Más vale no acordarse de la socorrida “parafernalia”, que hace a pelo y a pluma, y tanto les sirve para un roto como para un descosido. Si la memoria no me falla (que ya empieza a hacerlo, cosas de la edad) la palabreja significa algo así como lo que aporta una mujer al matrimonio, con exclusión de la dote. Pero los políticos y sus gregarios secuaces, recalcitrantes “usuarios” del “politiqués”, lo emplean venga o no a cuento, quizá porque es palabra nueva, que casi nadie conoce y que les parece que emplearla “hace moderno y culto”, aunque ellos mismos tampoco tengan claro ni su significado original ni las acepciones relacionadas.
No sé pues, si esa forma de ¿hacerse entender? - de algunos de nuestros actuales políticos es lengua, dialecto, fabla, germanía o jerigonza. Pero sí me imagino cómo contestaría alguno de los más extremistas —lingüísticamente hablando- a la sencilla pregunta ¿Quién descubrió América? Podría parecerse a lo siguiente:
“Bueno, yo diría que, a nivel de la calle y desde la óptica del usuario medio, el tema es evidente. Hay consenso en que fue Cristóbal Colón, pero hay que hacer una matización, pues a nivel de historiadores el tema cambia. Existe un posicionamiento actual, progresista, claro, que dimensiona exactamentee las cosas y deja obsoleto, el anterior planteamiento. Ustedes saben que está casi universalmente asumido que los vikingos, navegantes modélicos, pese a la escasez de recursos, lograron potenciar y optimizar sus naves hasta el punto de llegar a América. Esto lo constatan historiadores que asumen esta segunda óptica en base a haber encontrado pelos rubios y cuernos en América. Se asume que estratos vikingos marginados, carentes de cobertura y a nivel de delincuentes, de alguna manera se subieron a las naves y de alguna manera remaron, y pese a la problemática de una escasa operatividad de cara a la navegación, llegaron a América, sin percibir contraprestación alguna. Esta teoría es tremendamente impactante en la actualidad y hace que nos posicionemos en una actitud tendente a desdramatizar la figura de Colón”.Para escribir esta sarta de horteradas me he inspirado en los textos derivados de las declaraciones de varios de nuestros políticos actuales, a los que muy sinceramente agradezco la desinteresada colaboración prestada, pues sin su inestimable ayuda nunca se hubiera podido escribir este artículo.

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miércoles 14 de marzo de 2007

"Força al canut"


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Se trata, como pueden ver, de dos palabras catalanas pero que se usan también mucho en castellano, especialmente en la muy repetida frase «salut y força al canut», que por ser generalmente malinterpretada, o al menos empleada con un significado sesgado y moderno, la traigo hoy a colación y comentario. Suele emplearse para desear a los presentes buena salud y no menor potencia sexual, aunque quizá con no mucha propiedad pues en su origen, que se remonta a finales de la Edad Media y comienzos de la Moderna, la frase tenía otro significado, que puede deducirse del de cada una de las palabras que la componen. «Salut» es la única que se traduce sencillamente al castellano, obviamente por salud, y su significado no ha variado. Es bien sabido que catalanes y valencianos tienden, incluso cuando hablan en castellano, a pronunciar la «d» final como nosotros pronunciamos la «t», es decir, con un sonido más fuerte y explosivo. Por eso suelen decir «Madrit» o «Valladolit», o al menos tienen esa tendencia y a veces así nos suena a los que vivimos aquende el Ebro. «Força» en catalán tiene dos significados, uno prácticamente idéntico al de fuerza en castellano, que es el que primero viene a la cabeza del castellanohablante, pero otro no menos usado aunque inexistente en castellano, que es el de abundancia, el que supone mucha cantidad o muchos elementos de algo. Por ejemplo, se dirá «té força diners» para referirse a quien tiene mucho dinero. El «canut», aunque el que piensa en castellano lo traduce de inmediato por «canuto» (y por analogía morfológica lo relaciona con el falo), en realidad servía para designar una pequeña bolsa de cuero que los payeses catalanes llevaban atada al cinto, bolsa en la que solían guardar las monedas más valiosas. En realidad, ningún diccionario catalán de los que he consultado la traduce por canuto, sino que en la mayoría no aparece traducción alguna, quizá porque las bolsas de cuero colgando del cinto ya no se usan. Si aceptamos que «força» es abundancia -como así es- y que «canut» era la bolsa de las monedas de oro y plata -como creo que era-, la frase cambia de significado y expresa el deseo de que nuestros amigos e interlocutores gocen de buena salud y tengan abundancia de riquezas. Sería así superponible a la castellana «salud con pesetas, salud completa», o a la ligeramente escéptica «salud y pesetas, lo demás puñetas». Hoy, sin embargo, parece olvidada la acepción original y hace fortuna la que entiendo equivocada, o -al menos- que creo no es la prístina, aunque pienso que pronto será la única conocida. Esto puede contribuir a demostrar que las frases, al estar hechas de palabras, también tienen sus cambios, sus modas y sus devaneos, es decir, que también vienen y van.

Publicado en "La Nueva España" el 14 de Marzo de 2007.

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miércoles 7 de febrero de 2007

Tamarindos y tamariscos


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Fue una pequeña sorpresa comprobar que esos árboles cenceños, adustos, fuertes, que adornan los paseos de nuestras costas, que resisten la galerna y el temporal de nuestros inviernos y que retoñan en primavera como si nada hubiera ocurrido, no se llaman tamarindos, como siempre había oído decir, sino que -según indican carteles oficiales-, su nombre es tamariscos.
Alguna sospecha ya tenía. El nombre de tamarindo lleva resonancias de Iberoamérica, quizá porque la conocida canción que se refiere a la pulpa del tamarindo suena a música hispanoamericana, y no me parecía que un árbol de por allá, es decir mas o menos tropical, se adaptase tan bien por aquí como para resistir el viento del norte, el frío del invierno y la sal de la mar. Por otra parte, nunca había visto pulpa alguna en los frutos de nuestros recios arbustos costeros, que son más bien secos y ásperos.
Supe después que el tamarindo es originario de Asia, de zonas cálidas de la India, que se aclimató bien en América y que tiene, efectivamente, un fruto con pulpa comestible de sabor agradable.
Caminando en invierno por el Paseo de San Pedro, en Llanes, o por el Sardinero, en Santander, donde abundan los tamariscos, resulta asombroso comprobar la resistencia de estos árboles, que son de los pocos que crecen y viven al borde de nuestros acantilados. Con frecuencia sus troncos son azotados por la borrasca, pero aún así permanecen fijos, retorcidos, anclados a la tierra, como símbolo del vigor de la vida vegetal.
El tamarisco, tamariz o taray es nuestro árbol costero, el que lucha contra el vendaval, que parece seco en invierno, pero que reverdece en primavera, y con frecuencia retuerce su tronco como para mejor vencer a los elementos. No tiene fruto comestible y probablemente no se parece mucho al cálido tamarindo.
Incluso las palabras tienen distinto origen: tamarindo viene del árabe y significa “dátil hindú”, pues “tamar” es dátil, lo que hace referencia al fruto pulposo comestible, e “indo” a su país originario. En cambio tamarisco viene del latín tamariscus, que designa directamente al arbusto que adorna nuestras costas.
Se comprende que haya dudas en los nombres y en los significados, tanto por su semejanza fonética como por referirse a árboles no muy frecuentes entre nosotros. Además, sin duda por error, en algún diccionario parecen hacer sinónimos a tamarindos y tamariscos, con lo que se puede generar confusión. Quizá algún botánico experto pudiera decirnos algo sobre este asunto.
Por mi parte, aseguro que siempre les tuve cariño, respeto y admiración a los que creía tamarindos y son tamariscos. Por eso en una ocasión escribí erróneamente:

Tamarindo desnudo del invierno
Tamarindo florido del estío
tienes el alma recia y marinera
y salitre en las gotas del rocío

Con humildad resistes la galerna
y soportas sin queja el temporal,
enraizado, cenceño, retorcido,
siempre tranquilo a la vera del mar.

La verdad es que para los versos queda mejor tamarindo, que parece nombre más musical y eufónico, pero habrá que cambiarlo por el más propio de tamarisco. Menos mal que no sufre el metro ni la rima.

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Galácticos


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Quizá algunas personas se hayan preguntado por el origen de este adjetivo que tan profusamente se usa ahora, especialmente aplicado a los jugadores de fútbol famosos y muy particularmente a los del Real Madrid.
La evolución de esta palabra es muy curiosa. A los que estudiamos algo de bioquímica lo primero que nos recuerda es a la leche. Leche de vaca, cabra u oveja, básicamente, ya que la galactosa es el azúcar de la leche. Con toda probabilidad eso es debido a que “galactos” significa leche en griego y como los científicos echan mano del griego para designar las novedades que descubren, al encontrar un azúcar típico de la leche le bautizaron como galactosa.
Por otra parte, es obvio que una de las características más notables de la leche es su blancura, por lo que también parece lógico que a los grupos de estrellas que destacan por su blanca luz sobre la oscuridad de la noche se les aplicara el mismo término y se echara mano del “galactos” (leche) para designar a estos grupos de estrellas (y especialmente al muy blanco que cruza de este a oeste los cielos de Europa) y se llamara galaxias a estos blancos grupos de estrellas.
Vemos pues que galáctico puede relacionarse con el azúcar de la leche y por extensión, con su blancura y con los grupos de estrellas que destacan en las noches cerradas formando una blanca estela.
Esta comparación de las estrellas con la blancura de la leche aparece en varios idiomas: recordemos la Vía Láctea (del latín lac-lactis=leche) en castellano, la Milky Way en inglés, la Milchstrasse alemán o la Voie Lactée francesa, todas referidas a la mayor de las galaxias, a la antes citada que por cruzar el firmamento de este a oeste también se llama en España “camino de Santiago”. En esos idiomas es la leche (lácteo, milk, milch) la referencia a la blancura de las estrellas.
La moderna aplicación a los jugadores de fútbol del Real Madrid puede tener varios fundamentos. El más simple puede ser el de relacionar galactos=leche=blanco con el color que habitualmente visten esos jugadores en el campo de fútbol. Pero no creo que sea esa la relación. Más bien pienso que se aplica el adjetivo por tratarse de un grupo de estrellas brillantes, lo que estaría avalado por eso que también oímos ocasionalmente de “la liga de las estrellas”. Si un conjunto de estrellas que relucen constituye una galaxia, sus componentes serán “galácticos”. Vean como el azúcar de la leche y los jugadores de fútbol de fama han venido a tener un parentesco etimológico, estando por medio la luz de las estrellas.
La sociedad actual, si duda, valora más la habilidad con los pies que con las manos. Un jugador de fútbol que maneje bien los pies gana mil veces más que un cirujano que maneje bien las manos. Además de la habilidad con los pies, lo futbolistas tienen la habilidad de hacerse pagar bien por la afición. Seguramente gana más dinero el dedo gordo del pie izquierdo de Beckham en una temporada que los diez dedos de las manos de una instrumentista de quirófano en toda su vida. Estos jugadores deben de ser de otra galaxia...

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Parafernalia


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Es éste un ejemplo de cómo las palabras vienen y van, y de cómo lo suelen hacer por donde les da la gana, o mejor dicho por donde le da la gana al respetable, que es el que las usa, y las lleva y las trae, y las zarandea de aquí para allá, y muchas veces -las más- sin mucho tino ni demasiada reflexión, aunque casi siempre con instinto, con intuición y con onomatopeya.
Esta palabra, “parafernalia”, hace veinte o treinta años no la usaban, en el lenguaje habitual, ni los abogados, pues resultba muy técnica y hasta un poco pedante. Etimologicamente la palabra proviene del griego, y su ascendencia parece clara, pues “para” en griego significa “junto a” y “ferné” es la dote que una mujer lleva al matrimonio; es decir que parafernalia es lo que va junto a la dote. Si Vds. buscan su significado en un diccionario antiguo podrán leer que la parafernalia era el conjunto de bienes que una mujer aportaba al matrimonio fuera de la dote (bienes parafernales).
Es decir, que la dote era lo fundamental, lo nuclear, y -además de esa dote-, la mujer podía aportar otras cosas, probablemente muchas y variadas, que en la mayoría de los casos serían de menor importancia, y que la esposa llevaba por añadidura. La palabra va tomando así un sentido de accesorio, de algo que acompaña o rodea a lo fundamental, de conjunto de muchas y variadas cosas que giran entorno de algo más importante, que es el sentido que ha ido tomando con los años, de modo que si miran el significado de la palabra en un diccionario moderno, pueden leer: “conjunto de ritos o de cosas que rodean determinados actos o ceremonias”, que es el sentido que se le da hoy día, especialmente cuando esos ritos o cosas son numerosos, variados y aparatosos, que es una nueva connotación que está tomando la palabreja viajera.
Quizá por ello parafernalia se usa hoy día para designar algo complicado, aparatoso, alambicado, quizá ruidoso o molesto, que acompaña a algún acto o situación determinada. Estamos bastante lejos de lo que la mujer lleva al matrimonio además de la dote. El viaje, sin embargo, ha sido tranquilo.

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Dos palabras inmigrantes


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Son dos palabras que a mi al menos me ponen enfermo, pues me parece que las han traído los traficantes, en patera, sin papeles y sin que hicieran ninguna falta, pues estamos sobrados de otras que expresan lo mismo, pero mucho más clásicas, castizas y bellas. Me refiero a dos vocablos que nos inundan, especialmente entre los que quieren presumir de saber inglés, como son “privacidad” y “testar” en el sentido de probar, ensayar.
En realidad, ninguna de las dos palabras está en el diccionario. Son por tanto inmigrantes ilegales, aunque se dejan ver y escuchar sin el menor rebozo. Privacidad es una mala traducción de “privacy”, que equivale a nuestra “intimidad”, que es palabra clásica y clara, y que todo el mundo entiende. Si tenemos “intimidad”, que tiene su D.N.I. ¿por qué usar ese barbarismo de “privacidad”?
Lo mismo se puede decir de testar, que en castellano tiene varias acepciones, siendo la más conocida la de hacer testamento.
No es que el incorporar palabras de otras lenguas sea malo para la nuestra, que así se enriquece, pero sí creo que puede ser nocivo cuando se hace a costa de perder exactitud, propiedad, precisión o casticismo. Decir “testar” con el sentido originario anglosajón de probar, comprobar, ensayar, verificar, examinar, etc. me parece que no hace sino confundir, pues la mayoría de los españoles vamos a interpretar “hacer testamento” con lo que ya está el lío armado. Habiendo tantas palabras que traducen perfectamente la idea del “to test”, no parece necesario añadir una nueva que crea confusión y disminuye la precisión.
Soy consciente de que la batalla está perdida y dentro de unos años “privacidad” estará en el diccionario con el sentido de intimidad y “testar” con el de probar y ensayar. La lengua es y debe ser cambiante; pero que la lengua sea viva no quiere decir que sea perversa, y por ello creo que cambios y adopciones deberían hacerse de la forma menos traumática, menos vulgar y menos servil que sea posible.
El lenguaje, que para muchos es el más importante instrumento de trabajo, deberá ser renovado siempre que se necesite, como las herramientas del artesano, pero la renovación debe responder a la necesidad, no al capricho, y las nuevas adquisiciones, además de llenar una necesidad, convendrá que sean útiles y de buen funcionamiento. La compra deberá hacerse con dignidad y decoro. Si además la pieza adquirida es bella, miel sobre hojuelas. Pero ¿por qué adquirir objetos inútiles, herrumbrosos o innecesarios?
Por otra parte, si tenemos ya nuestra propia herramienta y es perfectamente útil y bella ¿por qué coger la del vecino? Bien está pedir prestado lo que nos falta, pero con mesura, decoro y prudencia, no por capricho o vanidad. Y esto de la vanidad vacía o afán de presumir es, según creo, una de las causas de la proliferación de barbarismos mal injertados. Ahora está de moda hacer ver que se sabe inglés, y para ello se usan extranjerismos, sean o no necesarios y vengan a cuento o no.
Otra causa es la escasa y cada vez menor formación humanística de la población, especialmente de la juvenil. Se enseña a los jóvenes a comunicarse mediante ordenadores, y bien está esa enseñanza, pero ¿se les enseña a comunicarse en su propia lengua? ¿se les hace ver el placer que proporciona la conversación de lenguaje diáfano, rico y variado; la belleza de la expresión justa y precisa; la satisfacción de la frase castiza y exacta? Sería una gran alegría que la respuesta fuera afirmativa.

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Escaquear


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Esta palabra ha ido cambiando de significado en los últimos tiempos. Hace años, sólo se usaba en su acepción primitiva, derivada de “escaque”, que es el cuadro del tablero de ajedrez o del muy parecido del juego de damas. Escaquear era pues distribuir en escaques; separar y colocar un conjunto de fichas, figuras u objetos en los cuadrados de estos tableros o de otros similares.
La palabra empezó a ser usada por los militares en un sentido algo más amplio, pero dentro de la misma intención, transmitiendo la idea de distribuirse por zonas, de desperdigarse, de deshacer un grupo compacto. Recuerdo muy bien cuando en el campamento de Montelareina, en un momento de la instrucción en que estábamos todos los componentes de la sección apiñados, nos dijo el teniente:
- Ahora vamos a suponer que viene la aviación. Vds. tienen que buscar cobijo procurando que no se les vea desde la altura, así que lo primero es escaquearse, ¡hala, deprisa, a escaquearse¡
Algunos veteranos salieron corriendo y se colocaron cuerpo a tierra debajo de las encinas y carrascas de la loma Geroma, pero la mayoría nos quedamos mas bien parados sin saber muy bien qué hacer. Para muchos la palabra era completamente nueva; la primera vez que la oían.
El teniente insistía:
- ¡Vamos¡ ¡a escaquearse¡ Busquen rápido un escondrijo. ¿No ven que llega la aviación enemiga?
Por lógica tratamos de separarnos, distribuirnos por la zona y mimetizarnos con el terreno. Los dos o tres últimos se llevaron la riña:
- Pero ¿están Vds. tontos? ¿Cómo se quedan ahí de pie, juntos y parados al sol? La aviación les verá de inmediato; son Vds. un blanco perfecto. Busquen al menos una sombra y escaqueense ya mismo.
La mayoría de nosotros, que no teníamos el diccionario a mano, nada recordábamos de los tableros de ajedrez, y mas bien sacábamos la conclusión de que escaquearse debía de ser, más o menos, pasar inadvertido cuando la aviación o el enemigo te busca para nada bueno.
Al atardecer, ya en la tienda, cuando había que llenar de agua el botijo, para lo que había que ir hasta la fuente, distante medio kilómetro, se oían frases como esta:
- Le toca a Juan ir a por agua, ¿dónde está Juan?
- Está ahí escaqueado detrás de la manta
- Eh tú, Juan, no te escaquees que no viene la aviación. Sólo se trata de llenar el botijo. Te toca a ti hoy.
Y así, escaquearse, que era usado con bastante propiedad por los militares en el sentido de distribuirse por zonas (aunque no fueran exactamente escaques) empezó a derivar hacia pasar inadvertido. Naturalmente uno suele desear pasar inadvertido cuando lo que le espera no es muy grato. De ahí al significado actual de eludir tareas “non gratas” sólo hay un paso. Quizá por ello en las últimas ediciones del diccionario ya se recoge esta acepción, que es ahora la más usada. Incluso creo que podríamos ser mal interpretados si, con toda propiedad, preguntáramos:
- ¿Sabes cómo se escaquean las figuras del ajedrez?

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Okey


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Leo en un importante periódico de la capital que hace poco se murió un escritor de Estados Unidos que se había pasado varios años intentando saber el origen de esta palabra. Decía la crónica que había encontrado varias explicaciones, y citaba unas cuantas. Debo decir que ninguna me convenció, o al menos ninguna me pareció mejor que la que yo ya sabia, que, por cierto, no se citaba. También pensé que el origen de las palabras es tema curioso e interesante, pero no se si tanto como para pasarse media vida detrás de una de ellas, aunque sea tan sumamente famosa y universalmente empleada como “okey”.
Ciertamente la palabreja ha hecho fortuna y no la usan solo los norteamericanos de Estados Unidos, ni siquiera los que tienen el ingles como lengua madre, sino que se ha extendido a la mayoría de los idiomas, y así resulta que franceses, italianos, hispanoamericanos, portugueses, brasileños, etc. la usan con su claro significado de estar de acuerdo, de aceptar lo que el interlocutor dice, de dar por bueno lo que se escucha.
En lo referente al origen del vocablo, hay algo que no se discute, y es que la palabra viene de la pronunciación de dos letras: la vocal “O” y la consonante “K” , que en ingles se dice “key”, es decir que se puede escribir con toda propiedad “O.K.”. Esto le da facilidad para expresar acuerdo y aceptación con solo dos letras, lo que puede tener ventajas si hablamos en Morse con cualquiera de sus posibles medios: linterna, espejos, telégrafo, etc. A esto de que la palabra viene de la pronunciación en ingles de estas dos letras, la “O” y la “K”, todos diríamos: okey.
Pero ¿por que estas dos letras y no otras? La explicación que me dieron en EE.UU. hace ya años, tiene que ver con la guerra de independencia de ese país y también con la gran frecuencia con la que en ingles se emplea la vocal “O” cuando hay que decir el numero cero. Quizás porque el signo es el mismo, cuando en ingles tenemos que decir “cero”, por ejemplo al pronunciar un numero de teléfono, solemos decir “O”. En realidad la palabra “zero” que es la traducción inglesa de nuestro “cero”, solo se usa en frases relativas a la física; en la conversación normal se dice “O”.
Pues bien, la guerra de independencia de EE.UU. se pareció bastante a una guerra de guerrillas. Los independentistas eran en su mayoría granjeros y ganaderos, civiles que se organizaban en pequeñas unidades de combate que hacían frente a los ingleses. En los combates se producían bajas, pero no resultaba fácil informar a los compatriotas, dispersos por granjas y pequeños poblados, del resultado de dichos combates. Por ello se comenzó a exponer en un papel clavado en la puerta de la oficina de mando norteamericana (cerca del actual Boston) el número de victimas que se había producido durante el día. En ingles, a los que han resultado muertos, se les dice “killed” (“matados”) , de modo que un día podían ser “3 killed” si había habido tres muertos y otro podía ser “O killed” si no había habido bajas. Naturalmente todos respiraban cuando en el cartel se veía el “0 killed”, especialmente las familias que tenían hijos o padre en las partidas que se enfrentaban a los ingleses. Pronto, y quizás por la afición a las siglas de ese pueblo, el deseado “0 killed” se abrevio en “0 K.”, letras que significaban que todo estaba en orden, que no había habido muertos, que podían dormir tranquilos. No es difícil imaginar a los familiares de los combatientes diciendo
-¿Qué ha pasado hoy? ¿has visto el papel de la oficina?
- Tranquilo. O K.
- Ah, bueno, voy a decírselo a los Ferguson
Esta es la explicación que me dieron y que creo, cuando menos, verosímil. En el peor de los casos, me parece que “si non e vero e ben trovato”.

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martes 6 de febrero de 2007

Las tapas


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Hay palabras que tienen un origen claro y sus antecedentes están a la vista de todos. Por ejemplo “paraguas” o -en más culto- “microscopio”. Otras, en cambio tienen linaje oscuro, difícil o escondido, pero a cambio tienen su propia historia, que es, a veces, como un cuento, que puede empezar con el “érase una vez” y terminar con el parto feliz y el nacimiento venturoso de una nueva palabra.
Eso creo le ocurre a “tapa”, tomada en el sentido de pequeño bocado, de breve porción de alimento que con frecuencia nos sirven en bares y tabernas para acompañar a las bebidas que pedimos. Sería sinónima o parecida a “pincho” o “banderilla”, si bien estas últimas tienen clara su prosapia y a la vista su abolengo, pues el palillo que ensarta el alimento explica lo de “pincho” y no deja dudas sobre el símil taurino de “banderilla”.
No ocurre lo mismo con “tapa”, que puede existir sin palillo alguno, y sin que el alimento esté clavado ni ensartado, sino libre y a su buen caer y mejor saber.
Esta de “tapa” es palabra muy castiza y de mucha importancia, y tan necesaria que nos la han copiado en muchos otros países y que ha sido, por tanto, exportada a varios idiomas, que la han adoptado sin reservas. El vocablo figura en los anuncios y en las cartas de los mejores restaurantes europeos y americanos que ofrecen comida de influencia española, y lo de tomar “unas tapas” se extiende como mancha de aceite en todo el mundo civilizado. A pesar de ello, el origen de tan española e internacional palabra creo que apenas es conocido, por lo que puede despertar la curiosidad del lector:
La historia empieza en un pueblo de Andalucía. También vale uno de Extremadura, de Levante o hasta de Asturias, pues la única condición necesaria es que hubiera habido moscas y mosquitos abundantes en los bares del pueblo, condición no muy difícil de cumplir hace años y especialmente en lugares calurosos.
Pues bien, al bar de la plaza del pueblo, bien surtido de insectos voladores, solían ir hacia la una del mediodía, después de trabajar y antes de comer, un grupo de trabajadores a tomar unos vinos. El ventero les servía y ellos charlaban y bebían.
Daba la casualidad de que a la una solía llegar también la diligencia o el autobús que dos veces por semana llevaba viajeros y mercancías al pueblo, con lo que el mesonero tenía que salir unos minutos para recoger las mercaderías que le enviaban. Para no hacer esperar a sus fieles parroquianos, cuando a la una tenía que ausentarse por este motivo y los clientes estaban a punto de llegar, les dejaba servidos los vinos sobre el mostrador y se escapaba a la estación para recoger el género. Pero, claro, en los minutos que el hombre estaba fuera y los vasos llenos sobre el mostrador, más de un insecto terminaba ahogado en el vino, lo que producía quejas en la parroquia:
- Oye Juan, que en el vino había una pareja
- ¿Cómo una pareja?
- Mosca y mosquito
- Es por no haceros esperar. Por eso lo sirvo un poco antes de salir
- Bueno, bueno...
Pero como las quejas iban en aumento, se le ocurrió al ventero tapar la boca de los vasos antes de ir al correo, y como no tenía nada mejor a mano, cortó unas rodajas de lomo embuchado que colocó sobre los vasos impidiendo el paso de las moscas. Los parroquianos se encontraron el vino sin insectos y, naturalmente, se comieron la rodaja de lomo.
Cuando no había correo y el mesonero no tenía necesidad de salir, el vaso no tenía rodaja de lomo encima, pues el vino se servia al momento y se bebía en poco tiempo. Los clientes, que habían encontrado sabrosa la rodaja
de lomo, y a esa hora estaban hambrientos, empezaron a quejarse:
- Juan, que queremos el vaso con la tapa
- Pero si estamos aquí todos delante y podemos espantar a las moscas; no hace falta tapar el vaso
- Eso de la tapa está muy bien; sabe mejor el vino y no se sube a la cabeza
Y así empezó la costumbre. Al cabo de unos meses los habitantes del pueblo decían:
- Vamos a tomar un vaso a la taberna de la calle Mayor
- No, espera, mejor vamos al bar de la plaza, que dan el vaso con tapa
-¿Qué es eso?
- Pues que tapan el vaso con una rodaja de lomo o de chorizo
- ¡Ah! bueno, pues vamos
- Juan, danos unos vasos de vino, pero con tapa ¿eh? Ya sabes, por si las moscas...

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Guadamía, ¿o aguamía?


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Siendo yo mozo, o sea hace más de treinta años, los de Obras Públicas debieron de ser, pusieron carteles en las carreteras con los nombres de los ríos que las cruzaban. Al salir del concejo de Ribadesella y entrar en el de Llanes, colocaron uno muy visible que rezaba : Río
Guadamía.
Pasaba yo un dia de aquellos por allí, en el coche de D. Julio Gavito, padre, que era un Seat 1.400 de los primeros que salieron. Julio Gavito, padre, era un hombre muy culto (también lo es el hijo, pero de otra manera), que según él mismo decía “de Oviedo a Llanes conozco todos los montes, ríos, caminos, y hasta los praos”, lo que se acercaba mucho a la realidad.
Tenía siempre la amabilidad de recogerme en la carretera cuando me veía haciendo auto-stop , y además me invitaba a un café con madalenas en casa Manín, en Ribadesella, cuando la carretera pasaba casi por el centro de la villa. Algunas veces concertábamos el viaje por teléfono. Ambos pasábamos el verano en Llanes, pero trabajando -a días- en Oviedo. De ahí nuestros ocasionales viajes en común, y nuestra relativa amistad a pesar de la diferencia de edad.
Pues bien, el primer día que vimos el cartel, me dijo Don Julio:
- Se han equivocado. No es Guadamía, sino Aguamía. Siempre se ha dicho Aguamía. Como hay tantos ríos en España que empiezan por Guada, de ahí debe venir el error...
Durante muchos años me he estado fijando en el nombre que se le da a este riachuelo. En la mayoría de mapas y planos, especialmente en los modernos, puede verse Guadamía, lo que, sobre ser un cierto error, puede inducir a más error, pues el prefijo “guada”, que significa río en árabe , podría hacer pensar en una influencia árabe en estos territorios, que obviamente no existió.
En algunas obras moderna y bien documentadas (como la Gran Enciclopedia Asturiana o Asturias Concejo a Concejo) se citan los dos nombres, y se refieren al pequeño río con ambos términos: Guadamía o Aguamía, que hacen así sinónimos. En cambio, en los libros antiguos que he podido consultar sólo he encontrado el que creo más auténtico, el de Aguamía.
El diccionario geográfico-estadístico-histórico de Madoz (1845-50) es aquí incuestionable : dedica ocho líneas exactísimas al topónimo Aguamía y no cita el de Guadamía.
A mí me parece que alguna eminencia gris de Obras Públicas de aquella época, seguramente desde Madrid, diría ¿Aguamía?...será Guadamía, como en otros sitios. Y reconfortado con el recuerdo del Guadiana, Guadalquivir, Guadalhorce, Guadalaviar, Guadalete y tantos otros, se quedó tranquilo. Pero no hay ríos cuyo nombre comience por Guada en el norte de España. Se comprende la metátesis, y la lengua está llena de casos similares, pero también se puede comprender un pequeño afán por poner las cosas en su sitio.

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“Comanda” y “destazar”


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He aqui dos palabras muy distintas en origen y significado, pues mientras la primera es galicismo reciente, la segunda es antigua y de pura prosapia castellana. También difieren en cuanto a frecuencia de uso, ya que “comanda” podemos oirla en cualquier restaurante o cafetería modernos, por lo general en boca de jóvenes, en tanto que “destazar” es término menos usado, propio de algunos viejos pueblos de Castilla la Vieja. Por otra parte, aunque en relación con ello, me parece que el primero de los vocablos lleva un camino ascendente, al contrario del segundo, cuyo uso, al igual que la función que designa, decrece y puede terminar por perderse.
Ninguna de las dos venía en los diccionarios antiguos, pero destazar, con su significado exacto de “despiezar”un animal, generalmente una res, ya se encuentra en las ediciones recientes del de la Real Academia y también en otros actuales. En cambio, la frecuente “comanda”, por ser flagrante barbarismo, no la he encontrado aún en los que manejo, ni antiguos ni modernos.
El sustantivo femenino “comanda” lo emplean los camareros -y especialmente los “maitres”- para designar el pedido que hacen las personas que están en una mesa y desean tomar algo. Por extensión, designa también la hoja de papel en que se suele escribir el encargo. Por eso puede oirse ¡ahí te va la comanda de la cuatro!, refiriéndose al encargo de los comensales de la mesa número cuatro. Creo que la palabra chirría un poco, pues suena extraña y ajena, pero se está imponiendo quizá porque no tenemos otra mejor para nombrar específicamente el encargo de una mesa. Es cierto que “pedido” sirve perfectamente, pero tiene un significado más general que puede aplicarse a cualquier tipo de solicitud o petición, en tanto que el extranjerismo “comanda” se reserva para los pedidos de las mesas en restaurantes, cafeterías y similares. Al menos yo sólo a he oído con ese sentido.
Por otra parte, eso de recibir y anotar los encargos en los restaurantes tiene su importancia y quizá por ello suelen hacerlo los “maitres” (otro galicismo) y no los camareros recién llegados. Todos hemos sufrido alguna vez las desagradables consecuencias de un error en la “comanda” cuando nos traen un plato que no habíamos pedido o dos raciones de algo que sólo queríamos probar. Es frecuente en España que los comensales, antes de hacer el pedido, duden, pregunten, rectifiquen y mareen un poco al camarero, que tiene que tachar y corregir en ocasiones el papel del pedido que llega a la cocina. Muchas veces he admirado su paciencia. Asunto tan importante bien merece palabra propia, aunque chirríe algo y haya que pedirla prestada.
Con toda probabilidad el término viene del francés, donde la “commande” tiene ese uso específico de platos encargados,(aunque también otros similares) y es muy corriente, prácticamente habitual en los restaurantes. Aunque ahora nos llegan más palabras del inglés, ésta, quizá por tratarse de asunto de restaurante, tiene mucho más parentesco con la “commande” francesa que con la “order” inglesa.
Por el contrario, destazar es vocablo castizo que he oído en los pueblos del valle de Esgueva, en la provincia de Valladolid, y en otros de la ribera del Duero. Me vino a la cabeza hace poco, cuando me encargaron que despiezara un lechazo que venía de por allá. El vocablo, de viejo abolengo castellano, lo usaba mucho mi amigo Eusebio, que tenía uno de los mejores hornos de asar de la comarca y se pasaba las mañanas de la Navidad destazando lechazos de churra, que son, con diferencia, los mejores para el asado.

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El mito de la igualdad


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Yo, la verdad, nunca lo pude entender y sigo sin entenderlo. Ya de pequeño, estudiando para la reválida de cuarto, oi eso de que todos somos iguales, dicho por un señor antipático y maleducado, por lo que dije muy tranquilo:
- No señor, no somos todos iguales. Yo no soy igual que Vd. y mi hermana tampoco
Con lo que me gané un castigo por “insolente” y por “contestar a las personas mayores”.
- ¿Y por qué a las personas mayores no se les puede contestar y a mis amigos sí?
- Porque las personas mayores son distintas de los muchachos
- Pues eso es lo que yo decía

Naturalmente deduje que no era conveniente decir que todos somos diferentes porque te puedes quedar sin cine los domingos. Hay que decir que somos todos iguales, aunque sea lo mas contrario a la simple observación de las personas que nos rodean.
Con el correr de los años comprobé que las diferencias se iban haciendo mayores y más evidentes. De niño, como decía, ya me daba cuenta de que mi prima Fefi era muy distinta de mi hermano Ramón, y ambos diferentes de mi abuelo Juan. De mayor empecé a valorar también aspectos intelectuales y éticos, observando que hay personas mejores y peores, más listas y menos listas, altas y bajas, sanas y enfermas, de las que te puedes fiar y de las que no, etc. A pesar de tan evidente verdad, seguía oyendo, especialmente a ciertos políticos, lo que ya empezaba a llamar para mis adentros “el mito de la igualdad”. Probablemente a alguna gente le encantaría que fuesemos todos iguales, y desarrollan un mito y tratan de extenderlo, incluso llegando a creérselo; pero los hechos son tozudos, la realidad está delante y las cosas son como son y no como querríamos que fuesen.
Cuando estudié algo de biología me di cuenta de que la igualdad era imposible. Los genes se recombinan al azar y basta el cambio de una base púrica o pirimídica en el triplete de un codón para que la función de un gen cambie por completo. Eso sin entrar en las experiencias vitales y educación de cada uno, que hace que incluso personas con idéntica dotación genética, como los gemelos uivitelinos, lleguen a ser personas distintas.
Llegué a una conclusión: “No sólo no somos iguales, sino que no hay dos personas iguales. Somos todos distintos”. Esto parece obvio, pero casi nadie lo dice. Mas bien dicen lo contrario, especialmente en ambientes políticos, donde he visto escenas que rozan el misterio. Hace poco, en la tele, salía el Sr. Cuevas representando a los patronos junto al Sr. Fidalgo representando a los obreros. El uno pequeño, vivaracho, menudo, movedizo, con cara de listo, y muy probablemente de derechas. El otro alto, fuerte, corpulento, macizo, con cara de bonachón y muy probablemente de izquierdas. Alguien, en medio de tanta diferencia física y psíquica, aseguraba muy serio que “todos somos iguales”. Para mi, esta negación de la realidad sigue siendo un misterio inexplicable.
Por otra parte, la natualeza nos va haciendo a todos diferentes para que podamos vivir. ¿Qué pasaría si fuéramos de verdad iguales, clónicos, y a todos nos gustase la misma comida, la misma mujer o el mismo hombre, idéntica profesión o trabajo? Si realmente fuéramos iguales la vida sería imposible.
Yo ya entiendo y veo muy claro que todas las personas tienen la misma dignidad, los mismos derechos y han de ser valorados con la misma medida, pero veo igual de claro que son los derechos, la dignidad y la medida los que tienen que ser iguales e idénticamente aplicados... a personas diferentes. También entiendo perfectamente que debamos tender hacia la igualdad, pero resulta obvio que si debemos buscar la igualdad es porque no la tenemos.
Pese a todo, se oye repetidamente el mito de la igualdad de las personas. Llegué a estar preocupado.¿Cómo podía ser que yo viera claramente que no hay dos personas iguales y que tanta gente afirmara lo contrario? Estuve a punto de caer en la esquizofrenia. Menos mal que un día, hablando de este asunto, un amigo que no tenía mucho éxito con las mujeres me dice todo serio:
- Tienes toda la razón. Eso de la igualdad es un mito. Seremos todos iguales el día que yo sea igual de alto y de guapo que Robert Redford.
Aquello me consoló mucho y me libró de la psicosis. Nunca se lo agradeceré bastante.

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Lenguaje ministerial


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Con lo que cobran los ministros y las pensiones que les quedan cuando se retiran creo que podrían ser un poco más cuidadosos con lo que dicen y muy especialmente con cómo lo dicen. Una de las últimas perlas la soltó hace poco el de Interior cuando dijo que iba a hacer controles de velocidad “más exhaustivos” y controles de alcoholemia también “más exhausivos”. Pues por muy ministro que sea y póngase como se ponga, nunca logrará el Sr.Alonso hacer controles más exhaustivos. O son exhaustivos, es decir que se ha agotado todos los medios para hacerlos, o no lo son, es decir que se estaban haciendo de modo incompleto. No se puede ser más exhaustivo o menos, como no se puede estar más muerto o menos muerto.
Probablemente el señor ministro simplemente quería decir que pensaba hacer un mayor número de controles. De lo contrario estaría admitiendo que los controles que se venían haciendo eran incompletos o que faltaban algunos detalles por hacer, puesto que no eran exhaustivos. Es difícil entender por qué no dice simplemente”vamos a hacer más controles” o bien “vamos a hacer controles más frecuentes”. Estas frases más sencillas e inteligibles les parecen a los políticos indignas de sus sueldos.
Ahora está de moda el lenguaje alambicado y lleno de barbarismos, especialmente entre los políticos. Las películas ya no se ven, sino que se “visionan” o se “visualizan”, ya no hay plantillas sino “staff”, las empresas no tienen personal, sino “recursos humanos” , en vez de existencias hay “stock” y algunos actos personales no se hacen en la intimidad, sino con “privacidad”, horrible palabro este último que ni siquiera existe oficialmente. Esperemos que el señor ministro sea receptivo y simpatice con el lenguaje castizo. Un poco de sencillez nunca viene mal. Tampoco demasiado, en esto no hace falta ser “exhaustivo”.

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Humano, humanitario, humanista


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He aquí tres palabras que, pese a su semejanza fonética, casi siempre he oído emplear con mucha propiedad. Los pacientes las utilizan con frecuencia referidas a médicos, e incluso las personas de apariencia iletrada suelen usarlas muy correctamente. Llaman “humano” no sólo a lo perteneciente a nuestra especie biológica, sino a la persona compasiva, entrañable, que al ejercer su trabajo u obligación no se limita a cumplir con su estricto deber, sino que se interesa por las circunstancias de los demás, por la situación que atraviesan, con el fin de ayudar, si fuera posible, o cuando menos de “acompañar” en la tribulación o en la necesidad. Se puede aplicar al que ejerce cualquier profesión o actividad; desde el mecánico que no sólo arregla la avería del coche sino que nos indica dónde podemos comer algo o dónde pueden hacer pis los niños, hasta el gran directivo empresarial que se interesa por los problemas personales de sus empleados y trata de echarles una mano.
En Medicina suele emplearse con mucha propiedad en este sentido expuesto, pues la he oído aplicar a grandes maestros o profesores a quienes “no se les subió el prestigio a la cabeza” y siguen preocupándose por los pequeños detalles que tanto contribuyen al bienestar del paciente. No sólo prescriben el tratamiento sino que charlan con el enfermo y le preguntan por los estudios de sus nietos o por la marcha de sus negocios. Supongo que le será más difícil mostrarse “humano” al recaudador de Hacienda o al alguacil del Ayuntamiento, pero a veces basta una mirada, un gesto, una sonrisa...
Humanitario suele aplicarse en un sentido más general a quien hace el bien a un grupo o una colectividad, es decir que sería más o menos sinónimo de “benéfico” y -para los católicos- de “caritativo”. Oímos con mucha frecuencia lo de “ayuda humanitaria” para los países muy pobres o muy empobrecidos, lo que viene a ser una ayuda para hacer el bien a unas personas que lo necesitan. En los ambientes sanitarios suele aplicarse, en idéntico sentido, a los grupos que tratan de mejorar las condiciones de salud de una colectividad, o -lo que viene a ser lo mismo- a los médicos que ejercen en áreas pobres, con muchos enfermos y poca o nula remuneración. El médico “humanitario” sería aquel que trabaja mucho y para muchos y cobra poco y de pocos, como los que ejercen en países o pueblos subdesarrollados. Es muy probable que la mayoría de los “humanitarios” sean también “humanos” en su actitud, aunque lo contrario no tiene por qué ser necesariamente cierto y cabe que un médico muy “humano” en su talante, sea también muy cuidadoso con las facturas de sus clientes. Es claro que algunas profesiones lo tienen muy difícil para mostrarse humanitarias. Un recaudador de impuestos humanitario podría terminar como Cervantes, con problemas con sus superiores. Incluso a un profesor de Universidad o a un juez les podría crear conflictos ser humanitarios, es decir benéficos y caritativos.
Con todo, y aunque creo que las expuestas son las connotaciones peculiares de las mencionadas palabras, hay diccionarios que las dan como muy relacionadas e incluso sinónimas. Ciertamente hay semejanzas.
Humanista se diferencia más claramente de los dos anteriores vocablos pues se aplica a las personas versadas en humanidades, es decir en letras. Se refiere especialmente a los saberes poco o nada técnicos, y por consiguiente con escasa o nula aplicación práctica, en el sentido material del término, tales como historia, literatura, lenguas clásicas, etc.
También en los ambientes sanitarios han existido grandes humanistas. Médicos muy versados en historia y en literatura ha habido muchos, como Laín Entralgo y Marañón, ambos académicos de la Lengua y de la Historia, además de la Medicina. Creo que es Cruz Hermida quien distingue, acertadamente, entre médicos escritores y escritores médicos. Los primeros son clínicos que ejercen su profesión, pero que además escriben, como Marañón, Vallejo Nájera o Jaime Salom. Los segundos son licenciados en Medicina, pero no han ejercido nunca o durante muy breve tiempo, y se dedicaron plenamente a escribir, como Pío Baroja o Laín Entralgo.

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